**Zurda.
/ Ruth Zavaleta Salgado /
Nada justifica que un grupo de legisladores de la fracción del Partido Revolucionario Institucional, de Morena y del Partido del Trabajo se reunieran con el embajador de Rusia en estos momentos. Los grupos de amistad que se instalan en la Cámara de Diputados no tienen ningún impacto en la vida de los ciudadanos que representan. Los grupos de amistad son sólo parte de un protocolo, y a veces sirven para crear o reafirmar los lazos de comunicación. La política exterior es una facultad preponderante del Senado. Entonces, ¿qué necesidad de quemar las naves?
El cuestionamiento no es nada personal contra Víktor Koronelli, respetable embajador actual de Rusia en México. Los mexicanos somos un pueblo amistoso. Pero la identidad ideológica o la ignorancia de quienes se reunieron con él (respecto a la posición política del gobierno mexicano), está muy distante de ser el sentir colectivo de los mexicanos.
Así como es absurda la consulta sobre la revocación de mandato, que el presidente Andrés Manuel López Obrador impuso que se realice para saber si los mexicanos quieren que siga o no de presidente, es inmoral que los diputados, aprovechando su cargo, envíen un mensaje equivocado suponiendo o demostrando que los mexicanos estamos de acuerdo con la invasión de Ucrania. Los mexicanos condenemos las acciones de Rusia. Ya lo ha dicho el canciller Marcelo Ebrard y el representante permanente de México ante la ONU, Juan Ramón de la Fuente.
PUBLICIDAD
Ahora sí se hace necesaria una consulta popular, el objetivo principal sería demostrarles a los diputados (si tienen duda) que la mayoría de los mexicanos estamos en contra de la invasión de Rusia a Ucrania. Como en el pasado, algunos actores que se “posicionan” como de izquierda, se equivocan. Los genocidios no tienen nada que ver con alcanzar la “dictadura del proletariado”. La ideología, en este caso, no justifica el fin.
Y hablando de asuntos internacionales, también vale la pena mencionar que los ciudadanos no estamos de acuerdo con que, por el pasado colonial, se agreda al pueblo español y, mucho menos se descalifique a los diputados del Parlamento Europeo por pronunciarse respecto a los asuntos de falta de garantía de los derechos humanos de algunos sectores.
La gran mayoría de los mexicanos no compartimos la actitud confrontativa del Presidente, que se ha extendido a las relaciones internacionales. Falso que estemos avergonzados por reconocernos como una mezcla de razas que inició hace más de 500 años. Nuestros apellidos nos evidencian. No sentimos pena. Sentimos orgullo por la nación que somos.
Cierto es que existe una gran deuda con los pueblos indígenas y afrodescendientes, pero la tenemos quienes ahora conformamos esta nación. La mejor forma de cubrirla es reconociendo sus derechos con normas jurídicas e impulsando políticas públicas, programas y presupuestos para garantizarlos. No es posible que del 2010 al 2020 esa población haya disminuido casi un 50 por ciento. Ni siquiera la Guerra de Independencia o la Revolución Mexicana tuvieron ese trágico impacto. Después del levantamiento zapatista en Chiapas (1994) quedaron pendientes muchos de los acuerdos de San Andrés Larráinzar. ¿Qué se ha hecho al respecto en estos tres años? Ni siquiera se ha reglamentado el artículo segundo de la Constitución.
Tampoco cuestionamos a los legisladores del Parlamento Europeo por abanderar la demanda de los padres de los jóvenes normalistas de Ayotzinapa. Por el contrario, sentimos indignación por la desaparición de ellos y por los miles de desaparecidos que se multiplican cada sexenio, sin que haya rendición de cuentas al respecto.
México siempre ha sido una nación solidaria, incluso, durante el periodo del gobierno del presidente Lázaro Cárdenas quedó demostrado que lo mismo recibimos a los refugiados de la guerra civil de España como a León Trotsky, al Che Guevara y a Fidel Castro. Es decir, quedó muy claro que somos una nación que siempre ha optado por estar del lado correcto de historia: la defensa de los derechos humanos.