Mentes cautivas .

**Denise Dresser.

¿Por qué hay grupos de analistas, moneros, escritores y personas reconocidas por su inteligencia y su talento, que aún apoyan a la llamada “Cuarta Transformación”, sin dudarlo? ¿Por qué, aunque han presenciado la persistencia de la corrupción, la profundidad de la militarización, y el aumento de la pauperización, han guardado la fe en la causa y luchan por su continuidad vía alguna corcholata? ¿Cómo explicar que, por ejemplo, dos grandes mentes mexicanas como lo son Sergio Aguayo y Lorenzo Meyer, hayan optado por caminos tan divergentes; el primero manteniendo la distancia dubitativa y el segundo optando por el acercamiento acrítico? ¿Por qué unos han pasado a formar parte del amasijo ideológico del régimen, mientras otros cuestionan sus falencias? ¿Por qué algunos siguen siendo tan libres como siempre, mientras otros han entrado al cautiverio intelectual por voluntad propia?

Antes del advenimiento de la polarización, y el arribo de AMLO, Lorenzo Meyer, Sergio Aguayo y yo estábamos unidos por las mismas causas, marchando por los mismos motivos, en el mismo programa de radio con Carmen Aristegui. Los tres habíamos sido formados en El Colegio de México y compartíamos los mismos valores. Ahora, las diferencias nos han colocado en bandos que no se hablan ni se escuchan. De un lado, quienes pensamos que López Obrador en el poder ha traicionado esos valores. Del otro, quienes no quieren o no pueden distinguir la diferencia entre propaganda y realidad. Unos continúan siendo colaboradores entusiastas, mientras que para otros la tergiversación falaz de ideales compartidos ha sido una terrible desilusión.

Quizás en los porristas orgánicos hay una necesidad de reconocimiento, de pertenencia identitaria, de motivos profesionales o económicos. O un deseo de ingresar a las filas de la élite dominante, por parte de quienes se sentían injustamente ignorados. O en el contexto de la 4T -donde la lealtad importa más que el mérito- ciertos grupos han logrado ocupar posiciones que antes jamás habrían obtenido, y por ello se alinean. O saben que personalmente les irá mejor: publicarán sus libros, producirán sus obras de teatro o sus programas de televisión, emplearán a sus familiares, les otorgarán contratos lucrativos, serán invitados a ser parte del círculo cercano. O tal vez necesitan sentirse acompañantes de algo grande, heroico, trascendental como “el pueblo” o “la transformación”.

En su ensayo “La mente cautiva”, el premio Nobel Czeslaw Milosz, explica por qué sus compañeros se vuelven colaboradores del comunismo represivo. Quieren formar parte de un movimiento masivo, sentirse cerca de los desposeídos, y representarlos, escribe. Después de estar en guerra con el Estado durante años, justificarlo también les provee cierta paz mental: la posibilidad de escribir algo “positivo” por fin. Sentir, por primera vez, el placer de la conformidad, el bienestar de la benevolencia que provee la comunión con el poder y los poderosos. Gozar la sensación de importancia que trae consigo ser parte del círculo cercano del rey, y susurrarle en el oído. O quizás algunos simplemente temen ser expulsados y exhibidos por su tribu.

De manera similar a otros tiempos y en otras latitudes, el gobierno de López Obrador ha puesto las convicciones a prueba. Personas provenientes de la izquierda como Roger Bartra, José Woldenberg y Sergio Aguayo la han superado, manteniéndose congruentes con demandas de largo aliento como la equidad y la democracia. Otros han abandonado posturas que antes enarbolaban, en defensa de un proyecto muy distinto al progresismo que ansiábamos. Los críticos feroces de la militarización, hoy la justifican. Las feministas que en privado se quejaban de Claudia Sheinbaum, hoy la vitorean. Los denunciantes del dedazo priista, hoy aceptan su resurrección. Los críticos del clientelismo construido por la política social, hoy defienden su profundización.

Y los apparatchiks del autoritarismo normalizan lo que alguna vez consideraron moral y éticamente incorrecto, mientras justifican su propia incongruencia. Tienen un “indiómetro”, un “pueblómetro”, un “corruptómetro”, un “oligarcómetro”, y un “conservadómetro” con el que descalifican a cualquiera que se les opone, excepto al gobierno/partido al que sirven. Y han decidido defender a un gobierno mocho, militarizado y machista, porque la jaula que habitan tiene barrotes de oro.

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