Sin tacto.
Por Sergio González Levet.
Acudí ayer a una sucursal de Santander y encontré una larga cola afuera del banco, En la puerta, un amable funcionario me explicó que por un protocolo diseñado por expertos en salud contratados por la empresa, solamente estarían entrando grupos de 10 clientes, y una vez que desahogaran sus trámites y salieran, una nueva decena podría ingresar.
La idea de los especialistas es que dentro de cada una de las oficinas bancarias, que están climatizadas y cerradas, solamente hubiera una cantidad pequeña de personas, que habrían pasado un filtro discreto porque, por ejemplo, quien llegara con síntomas evidentes de gripe o similares sería invitado a desplazarse a un hospital para verificar su estado de salud.
Es obvio que esta medida conlleva molestias para la clientela, porque la cola se hace larga y el tiempo de espera parado en la calle puede ser de más de media hora. Sin embargo, por el bien de la comunidad y para evitar un riesgo de contagio, los directivos de Santander optaron por tomar estas acciones extremas.
Bien por ellos, pero mal por muchos usuarios que durante el tiempo en que estaban formados en la fila estuvieron manifestando su enojo por el bloqueo sanitario. Y otros, de plano fueron a discutir con el empleado del banco al que le tocó hacer de Caronte y el can Cerbero en uno.
En verdad que había personas muy molestas, sobre todo porque una buena cantidad de quienes hacían cola trataron de ingresar de manera fast track al banco, aduciendo pretextos varios, que iban desde una supuesta operación que les impedía estar de pie, hasta otro que llevaba prisa por una urgencia intestinal.
En México, todos somos influyentes hasta que se demuestre lo contrario, y por una falta de valores y de civismo producto de nuestra pésima educación, muchos consideran que no se debe respetar el derecho de los demás.
Por eso es un deporte nacional tratar de brincarse las colas.
El señor que alegaba al umpire para que lo dejara entrar, la señora que se hacía pasar por enferma cuando estaba bastante sana y fuerte, el pícaro que se hacía el simpático para que le allanaran el ingreso, el chavo que era amigo de un empleado del banco y le silbaba para que fuera por él y lo metiera… todos son ejemplos de la deformación que padecemos en contra de las reglas y la buena convivencia.
El funcionario de la sucursal de ayer era un hombre que sabía conjuntar sensibilidad y firmeza, y nunca cayó en la trampa de los que querían hacerlo exasperar, menos de quienes le quisieron infundir miedo.
Por eso la medida sanitaria cumplió su cometido, aunque la señora madre del empleado cumplidor se llevó recordatorios que de ninguna manera se merecía.
Con esta forma de ser del mexicano, ¿qué va a pasar cuando las medidas para combatir la pandemia sean aún más exigentes?
¿Será que como pueblo no estamos preparados para vivir en orden, aunque nos vaya la vida?
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