México no es Twitter .

/ Vanessa Romero Rocha /

Era mentira aquello del goteo. Los beneficios económicos de los más ricos no resbalan hacia los estratos más bajos; la prosperidad económica se irriga desde la base. Como se riega cualquier árbol. Como se cultiva también la cosecha electoral.

Para 2009, AMLO ya había puesto pie en los 2 mil 038 municipios de régimen de partido que existen en el país y se disponía a visitar los 418 municipios indígenas de Oaxaca. Durante sus viajes, además de informar de los problemas nacionales, recibía las preocupaciones de un pueblo olvidado. Sus crónicas de aquella expedición dan cuenta del país recorrido, sus minerales y sus frutas, su pobreza y sus héroes, sus dolores y sus nutrientes. Desde entonces, el Presidente se ha mantenido callejero. En los tiempos del metaverso, Andrés Manuel prefirió caminar.

La colosal brecha de 30 por ciento que separó a AMLO del segundo lugar en la elección de 2018 reveló una realidad de manifestación tardía: las élites estaban distanciadas de la gran mayoría (el fraseo contrario también es admisible). Ya para entonces parecía quedar claro: la brecha era muro. Un portazo en las narices a los sospechosos forasteros.

Los partidos políticos tradicionales lucían ofuscados ante la malograda conversión: un like en redes no equivalía a un voto y un grupo en Facebook no conseguía lo que una brigada territorial. Inaudito. Un hashtag no tenía el efecto persuasor de una propuesta y un apodo despectivo solo alcanzaba para pagar un cuarto de voto.

¿Y el territorio? ¿Puede alguien llamar al responsable del territorio? Silencio sepulcral.

Alguien les había tomado el pelo y la fe. Las entrevistas sutiles en sus medios de confianza no habían provocado reacciones. Tampoco convicciones. El temor al supuesto triunfo comunista no había estremecido a tantos; los miedos de la oposición no parecían formar parte de los colectivos demonios. Soñarían ellos la pesadilla sexenal.

En 2023, cuando despertaron, el muro seguía ahí. Intacto. Materializado en un 77% de aprobación presidencial. El autoengaño -el famoso avistamiento de ombligo- seguía jugándoles chueco. Tampoco hallaron registro o bitácora que diera cuenta de sus recientes incursiones territoriales, reestructuras organizativas, interacción con las bases, asambleas de escucha o propuestas de gobernabilidad.

Hoy, a poquísimas semanas de la gran batalla, la oposición sigue encomendada a sus estériles armas, desautorizados mentores y sondeos exprofeso. Prueba de ello son las granjas de bots argentinos contratadas para inflar a su candidata en el mundo digital y posicionar agendas extranjeras sobre un supuesto vínculo entre AMLO y el crimen organizado. Un desfile de irrealidades con el que quizás logren triunfar en algún país ficticio.

La oposición encontró tregua en los tres likes por un peso: una oferta cortesía de la empobrecida Argentina libertaria que vende barato la popularidad; una sala de espejos que generó, en solo tres días, la misma cantidad de interacciones alrededor de un hashtag que aquellos provocados por todo el Super Bowl (Milenio, 26 de febrero). Un costoso atentado contra las leyes de la proporción que no se tradujo -como ya habíamos aprendido en 2018- en un solo voto adicional para la candidata enaltecida.

Mientras tanto, en algún lugar del territorio de cuyos nombres sería imposible acordarse, Claudia Sheinbaum -en agrado de quienes, en miopía, la tildan de copia- se reunía con los votantes. Se imputa a remedo lo que es un simple silogismo lógico. Fue el territorio el silencioso escondite de la candidata durante los 41 días de intercampaña.

Ya llegará el tiempo de regusto de la derrota e incluirá el indulgente derecho al reacomodo: se cortarán cabezas y se apuntarán culpables. Si algún escribano juicioso optase por tomar nota de la visión de los vencidos, habrá de señalar: que en ninguna elección democrática resultó triunfante el soberano hermetismo.

La autora es abogada y consultora independiente.

@vannessarr

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