Feminismo desechable: Barbie .

Escrito por Lucía Melgar Palacios .

¿Es Barbie una película “feminista” como han escrito algunas comentaristas? ¿Es un canto a la nostalgia de quienes jugaron con estas muñecas? ¿Un gran truco comercial? Veamos (advertencia: spoilers incluidos).

Antes de Barbie (narra una voz femenina) las niñas solo podían jugar con muñecas que representaban bebés; solo podrían jugar a ser madres… Hasta que llegó ¡Barbie! , la primera muñeca que les permitiría imagina ser, como ella, lo que quisieran ser, y romper con los roles tradicionales. Ésta es una de las falacias que pretende vendernos el rosa mundo de Barbie, muñeca que, para muchas niñas, representaba una femineidad corporal inalcanzable: delgada, de largas piernas, cintura pequeña, busto acentuado (y rubia).

Para ser lo que quisiera ser, Barbie no necesitaba mucha imaginación; su fabricante proveía a las niñas de vestuarios y escenarios suficientes para irse imaginando distintos modelos exitosos: enfermera, doctora, astronauta… you name it. La película, que ha recaudado millones de dólares en Estados Unidos y ha causado una ola rosa también en México, presenta un mundo ideal donde todas las mujeres-muñecas son Barbie y todos los hombres son Ken, con excepción de Allan, personaje que desentona por su falta de esbeltez y su mayor cercanía con las mujeres.

En este mundo idealizado para las Barbies, ellas son todo lo que quieren ser: presidenta, ministras de la Suprema Corte, legisladoras, cirujanas… La Barbie protagonista, por su parte, no parece tener más ocupación que sonreír, saludar, ir a la playa, coquetear con su Ken (pero no demasiado) y hacerle saber, cuando hace falta, que “todas las noches son noches de chicas”: es decir, no hay lugar para él y su fantasía amorosa.

Punto a favor de Barbie: no porque él esté enamorado de ella, ella debe ceder a sus deseos (Marcela dixit en El Quijote). ¡Oh! Pero esta Barbie piensa… y llega a pensar en la muerte. De esta idea se deriva el gran cambio que desata la trama: ¡sus pies pisan por completo el suelo!, defecto que la lleva en busca de solución a casa de “Weird Barbie” y luego al mundo real.

La película abreva aquí en la tradición de la bruja excluida pero sabia, y en la novela de aventuras y aprendizaje, que rompe la membrana entre fantasía y realidad. Si la existencia de “Barbie la rara” se debe a una dueña humana que “jugó rudo” con ella, le cortó el pelo, la pintó y la vistió con ropa extravagante, otra mala dueña ha condenado a “Barbie estereotípica” a perder su sensual postura y, ¡horror de horrores!, a tener celulitis.

Motivada por la angustia de convertirse en masa celulítica, Barbie emprende la travesía hacia el peligroso mundo humano. Acompañada a su pesar por Ken (el rubio segundón estereotipado), descubre un mundo al revés: en el mundo humano los hombres dominan las playas, los sitios de construcción, los rascacielos corporativos y, desde luego, Mattel, corporación dirigida por hombres de negro cuyo objetivo único es vender.

El capitalismo, escribió Martine Storti, “es capaz de adaptarse a todo, de beneficiarse de todo”, de cuerpos desnudos o cubiertos, de valores tradicionales o transgresores: “Hay un mercado para el Hijab, como hay un mercado para la tanga”, afirma en Por un feminismo universal. Para Mattel, productora de Barbies y de la película, hay un mercado para la nostalgia de los años 60, 70, 80, y hay también un mercado para el feminismo, siempre y cuando sea alegre, ligero, y deje felices a
las mujeres exitosas.

En su descenso al mundo real, “Barbie estereotípica” descubre el machismo, encuentra a la responsable de sus ideas de muerte y escapa gracias a ella a las trampas corporativas que quieren devolverla a su condición de muñeca inmóvil , encerrada en una caja, y regresarla al mundo rosa que han diseñado (y vendido) para ella. Descubre también que para las adolescentes actuales es una figura “sexista” y “fascista”.

Su respuesta, en nuestro contexto, es desconcertante: ella “no controla los ferrocarriles ni el comercio global” ¡como si el fascismo hoy fuera puro corporativismo y no una ideología que mueve a masas inconformes con sueños de grandeza! Por su parte, Ken, el estereotípico rubio frustrado por quedar en segundo lugar, descubre el Patriarcado y, presuroso, lo lleva a Barbie Land. El poder de este sistema es tal que, antes del regreso de Barbie con sus acompañantes humanas, todas las Barbies (antes inteligentes y autónomas) caen en sus garras.

Se vuelven subordinadas y complacientes, adoptan los estereotipos más burdos del ideal femenino imaginado por los hombres, y permiten que éstos las dominen y pretendan imponer un gobierno Patriarcal. Si la directora hubiera imaginado una sátira, estas esquematizaciones serían un gran divertimento. Pero esta Barbie se toma en serio su reflexión “feminista”, su crítica al patriarcado y su invitación a los hombres a deconstruir su masculinidad tóxica.

Los estereotipos de hombres y mujeres son tales que, así como ellos descubrieron en el Patriarcado el medio para someter a las mujeres en una femineidad caricaturesca, ellas se” desprograman” gracias al ingenio y la sororidad, inspiradas por una cuasi lacrimógena homilía (en voz humana) acerca de las vicisitudes (reales por lo demás) que las absurdas normas sociales han impuesto a las mujeres: ser delgada pero no tanto, ser madre perfecta pero no asfixiante, ser inteligente pero no destacar demasiado, triunfar sin volverse arrogante, etcétera.

Esta cápsula de “feminismo light” resulta tan efectiva que las Barbies recuperan su lugar y, ¡oh!, gracias a Barbie, Ken descubre que él es “él”, no un segundón obligado a jugar al macho para sentirse alguien. Este “happy ending”, que empaqueta en multitud de sonrisas la igualdad de género, requiere una vuelta de tuerca: la heroína debe serlo hasta el final.

Ya que la Barbie estereotípica se volvió aventurera por “filosofar” sobre la muerte, sería lógico que, tras descubrir al monstruo en su laberinto y liberar a sus congéneres del terrible Patriarcado, diera por terminada su misión y enfrentara la muerte. Pero en una película comercial de entretenimiento, ese final es imposible. Greta Gerwig parece creer que la Barbie “feminista” merece entrar al mundo humano y ser una mujer “de verdad” (¿de veras eso quiere sugerir el final final?).

Además de presentar una grotesca caricatura del “feminismo” light, de los hombres machos o deconstruidos y de la aceptación de la igualdad entre hombres y mujeres, la película es un largo “movie-mercial”: un comercial de Mattel hecho película. Como todo producto capitalista (así lo dirija una mujer), elimina cuestiones de clase, despolitiza la lucha feminista y pretende venderle a las nuevas (y no tan nuevas) generaciones un feminismo plástico, desechable, (empacado en un escenario plástico antiecológico).

Apegada a lo “políticamente correcto”, finge incluir a “todos y todas” pero estigmatiza a “la fea”, “la rara”, “la depresiva” o la mujer con celulitis (la más común). Su vacua exaltación de una femineidad “liberada” resulta un canto más al individualismo, al éxito y a la belleza estereotipada.

Aunque Barbie se vista de feminista, Barbie se queda.

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